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Mecánicos de fotocopiadora salvaron el Universo (y el Valor Relacional)

A mediados de los años ochenta, el mundo de los negocios todavía no conocía la Internet, ni las apps, ni la realidad virtual. Las películas de ciencia ficción se filmaban con stop-motion y la sociedad solo comenzaba a entender el poder de la globalización gracias a la MTV.

En aquellos años, los ámbitos empresarial y académico vivían una efervescencia de nuevos modelos de gestión. Solo por mencionar algunos de los más relevantes:

  • En 1981, Booms y Bittner actualizaron el modelo del marketing mix al añadir tres “Pes” más al famoso modelo de las 4P de los años cincuenta.
  • Peter Drucker publicó “Gestionar en tiempos turbulentos” en 1980 e “Innovación y emprendimiento” en 1985.
  • En esos mismos años, Michael Porter lanzaba su “Estrategia competitiva” y su “Ventaja competitiva”.
  • Philip Kotler contaba a los cuatro vientos su “Estrategia y gestión de marketing” en 1989.
  • Jeffrey Moore arrancaba su investigación sobre el “abismo” que, hasta entonces, le quitaba validez al modelo de la Difusión de las Innovaciones de Everett Rogers.
  • Etcétera.

Eran tiempos dorados para los teóricos del management y, claro, para las editoriales especializadas.

Gordon Gekko opinaba que «el dinero nunca duerme»

Y la cultura popular también disfrutaba de esa versión cool del neoliberalismo. A diferencia del comunismo soviético, mostrado casi siempre como cutre y decadente, el capitalismo de los años ochenta prometía la salvación del hombre por el hombre mismo. Todos recordamos la película “Wall Street” y la idea de que se podía ser “Dios antes de los 40 años”. Y nos sorprendieron las novelas de Bret Easton Ellis, particularmente Less tan Zero (“Golpe al sueño americano”) y American Psycho, que presentaron una versión macarra, pero a la vez hipnótica, del fenómeno.

Y las fotocopiadoras seguían trabajando

Por su parte, el mundo industrial se vio retado por una nueva exigencia de rentabilidad financiera. Se extendió una nueva forma, quizás más salvaje, del taylorismo organizativo: si la empresa no ganaba dinero rápido, no servía para la Bolsa. Por lo tanto, si no demostrabas una gran capacidad de optimizar, dinamizar, potenciar o recortar, el valor de tu compañía se empequeñecía.

En ese contexto fue cuando la Xerox Corporation eligió a David T. Kearns, uno de sus ejecutivos internos, como CEO del negocio. En correspondencia con los tiempos que corrían, su misión era la de hacer más rentable la empresa, ya fuera generando nuevas formas de valor económico y financiero, o bien recortando a tijeretazo limpio cualquier veleidad organizativa.

Xerox CEO David Kearns. (Photo by Rob Kinmonth//Time Life Pictures/Getty Images)

Para lo primero, por ejemplo, mandó a la compañía lanzar una línea de ordenadores que competirían directamente con los de IBM. Para lo segundo, se interesó en analizar y reducir todos los costes posibles de su negocio.

Y ahí se encontró con el Servicio Técnico. Los miles de mecánicos (mayormente hombres, en 1982), cuyas hojas de servicio fueron escrutadas una por una a lo largo de unos cuantos meses, reflejando largas horas de pausas aparentemente improductivas: había horas del día en las que los mecánicos no trabajaban, no estaban con el cliente, no tenían sus llaves inglesas metidas en las tripas de la máquina…

Si no hacían nada productivo, ¿para qué pagarles honorarios por esas horas?

No estaban perdiendo el tiempo

El antropólogo

Buen conocedor de la organización, quizás por haberla vivido desde dentro durante años, Kearns optó por no pasar la tijera a la parrilla horaria de los mecánicos. Había algo en esa descripción de tareas que le hizo pensar que el recorte o la prohibición de tiempos libres hubieran sido más perjudiciales para la compañía que cualquier otra cosa. ¿Pero qué vio?

En 1995, los investigadores John Seely Brown y Estee Solomon Gray analizaron el caso y detallaron que, por indicación de la alta dirección, la parrilla horaria de los mecánicos había sido estudiada por un antropólogo, y no por un ingeniero ni por un contable.

El antropólogo se tomó el tiempo necesario para viajar “con un grupo de mecánicos y observar cómo hacían realmente su trabajo; no cómo lo describían o cómo sus jefes suponían que lo hacían.

Al hacerlo, el antropólogo “se dio cuenta de que los técnicos no pasaban demasiado tiempo con sus clientes, sino que lo dedicaban a reunirse entre ellos mismos. Se encontraban en zonas comunes de la empresa del cliente, como podían ser el almacén local de piezas o la máquina de café, e intercambiaban sus historias sobre el mismo terreno.

Así fue como “vio que los técnicos no holgazaneaban, sino que realizaban una de las partes más valiosas de su trabajo: el servicio de reparaciones es una actividad que implica a una comunidad de profesionales. Los técnicos no se limitaban a reparar máquinas, sino que también compartían ideas sobre cómo repararlas mejor.

Brown y Gray, concluyen: “este descubrimiento provocó un cambio revolucionario en la forma en que Xerox organizaba y gestionaba a los representantes técnicos: ya no como trabajadores independientes, sino como una unidad de aprendizaje social.

Dicho de otra manera, el relato que se compartían los técnicos era lo que vehiculaba sus aprendizajes y les convertía en más eficaces y productivos, en más resolutorios del problema del cliente… Lo que hacía de Xerox una empresa más rentable.

Mientras que otras organizaciones parecidas ponían coto a las conversaciones entre profesionales, tildándolas de “tiempos improductivos” y de “pérdida de dinero”, David Kearns y su antropólogo supieron ver en ellas una forma de mejorar la eficacia de unos profesionales clave para el negocio.

Conclusión (para fotocopiar y pegar en la pared)

El Valor Relacional es poder transmitirse relatos internos. Los relatos internos son una forma de Valor Relacional. Y el Valor Relacional se traduce en dinero y en Capacidad de Adaptación.

Ante la evidencia, Xerox decidió no recortar. Y durante muchos años, hasta el advenimiento de otras nuevas tecnologías, fue la compañía número uno del mundo en el suministro y mantenimiento de las fotocopiadoras. A mucha distancia de otras marcas menos sensibles con la narrativa interna.

¿De qué manera considera tu empresa el Valor Relacional, el relato interno y la difusión del aprendizaje? ¿Qué haces para potenciarlos?

Esa es la pregunta que puedes fotocopiar y dejar pegada a la pared.

La fotografía de cabecera se encuentra en la web Xerox Nostalgia: https://xeroxnostalgia.com/2020/11/14/xerox-2080/

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El relato insostenible

Hace cincuenta años, los “Monty Python” se elevaron al olimpo de la comedia con su mítica serie “The Flying Circus”. En uno de sus sketches más icónicos, titulado “The Funniest Joke in the World”, se daba forma a un relato pretendidamente insostenible. Y si quieres saber en qué consistía y qué tiene que ver con el Valor Total, deberás seguir leyendo este post. Pero antes…

¡¡¡SPOILER ALERT!!!

Te cuento que la primera escena del “Mejor chiste del mundo” muestra a un guionista teatral escribiendo a mano el chiste pretendidamente más divertido de la historia de la humanidad. ¡Y lo logra! Lo hace tan jocoso que, al leerlo él mismo, se desternilla y cae muerto de la risa.

Al rato, la madre del difunto halla el cadáver con el manuscrito en la mano. Confundiéndolo con una nota de suicidio, la mujer lo lee y, tras sonora carcajada, también fenece al instante.

La escena tres muestra un despliegue del Ejército Británico durante la Segunda Guerra Mundial. El alto mando, que está interesado en encontrar el arma definitiva, expone a uno de sus soldados a los efectos del fatídico chiste y, efectivamente, también muere de risa al leerlo. Así que, escena cuatro: el texto es traducido al alemán (“cada palabra es traducida por una persona diferente, para que nadie corra peligro”, dice el alto mando) y recitado al enemigo en el campo de batalla, causando infinitas bajas (porque “los ingleses podemos recitar el chiste sin riesgo, cuando no lo entendemos”).

El relato insostenible

Así fue como los Python hicieron del chiste más divertido del mundo un relato virtualmente insostenible: mataba a quien lo escuchaba en su idioma. Ahora toca la moralina.

Las organizaciones, ya sabes, están integradas por personas que giran alrededor de un propósito relacionado con otras personas. Al menos, así es sobre el papel. Y para que estas personas se pongan de acuerdo, superen la tentación de crear “silos” y cooperen en el propósito común, la confianza y las buenas relaciones son un factor esencial. Así lo muestra el Modelo de Valor Total.

En eso juega un papel clave el relato (o conjunto de relatos que se cuentan dentro y fuera de la organización). Como sugieren un montón de académicos el relato es imprescindible para generar confianza, visionar el propósito y desarrollar buenas relaciones entre personas.

El relato de la organización es, por decirlo así, un “pegamento” social o una forma de “salario emocional” imprescindible en la retribución de los empleados. Y, como tal, no debería ser dejado al azar, so pena de convertirse en un relato insostenible (o mortal).

Según se dice por ahí, existen tres tipos de organizaciones según el tratamiento que le dan al relato interno y externo:

1) Las que lo imponen de manera vertical. En el gag de los Python estarían representadas por el Ejército Británico, cuando expone a su tropa al chiste mortal: da igual si muere alguien; lo importante es que uno decide lo que todos los demás dirán y, si puede ser, pensarán. Y ese relato tiene que impregnarlo todo: desde el discurso hasta la acción, formal e informalmente. Da igual si muere quien sea. Menos el general, claro.

En la realidad, estas organizaciones suelen ser férreas y tienen poco interés en externalizar las decisiones que toman internamente. Además suelen escucharse poco a sí mismas, como colectivo, porque no consideran que el empleado tenga nada (interesante) que decir. Bueno, al menos no escuchan a los empleados.

Estas organizaciones terminan pensando lo mismo del cliente: no importa lo que diga. A la larga se vuelven sordas ante el mercado. A la larga, su manera de gestionar el relato (es decir: lo que son, lo que hacen y el por qué son así y hacen las cosas asá) es insostenible.

2) Las que se obsesionan por el relato del cliente, pero desprecian el relato interno. En la escena de los Python, los soldados británicos sobreviven solo si recitan el chiste letal en una lengua que no entienden. Lo importante, para ellos, es mantenerse en un plano comunicativo diferente al del receptor.

En la realidad, los chistes no matan y los clientes no son los enemigos. Pero hay un montón de organizaciones que se pasan el día lanzando encuestas, sondeos y sentiment analysis para tratar de entender lo que dice el cliente. Y eso está bien. Aunque sus directivos omiten sistemáticamente el relato interno. No por mala fe, sino por ignorancia o por falta de tiempo.

Sin saberlo, malbaratan la capacidad de sus empleados de aportar innovaciones e incurren en el riesgo de que, al no sentirse escuchadas, las plantillas se desvinculen emocionalmente del propósito que las une. A la larga el cliente también lo percibe. Así que (también) se vuelven organizaciones tan insostenibles como su relato.

3) Las que co-construyen relato. Son poquitas. Y ni siquiera forman parte de la burla de los corrosivos Python, así que no puedo identificártelos en su sketch. Pero tienen algo importante: se adaptan muy bien a lo que dice el entorno. Yo no sé si es que tienen un gran relato que les hace adaptarse, o es que su capacidad de adaptación les hace construir ese relato. Si fue el huevo o la gallina, es algo que por ahora me interesa poco saber.

Lo que me interesa es que son organizaciones que escuchan interna y externamente. Que saben ver su propósito plasmado en todas las acciones que hacen y en todos los planes que diseñan. Que sienten –porque además comparten una consciencia de ello– que conforman un ecosistema de personajes (empleados, accionistas, clientes, proveedores, directivos…) que juegan un papel esencial dentro de una lucha eterna: la resolución de un conflicto (el del cliente, el del mundo, el de la falta de esperanzas…). Y que saben, finalmente, que esa historia crece todos los días y tiene un planteamiento, un nudo y un sentido (que no necesariamente desenlace).

El relato sostenible (o de Valor Total)

Estas últimas organizaciones poseen un relato sostenible. Un relato que genera Valor Total. Que da sentido a todos sus integrantes. Y que les impulsa a poner toda la carne en el asador para lograr objetivos bien tangibles. Y todo ello, más allá del sueldo.

Si la confianza es algo que se construye, el relato es el cemento que aúna todos los ladrillos. Cambia el relato y cambiarás la forma de las estancias. Y también de las personas que en ellas habitan.

¿Estás interesad@ en construir el relato interno lleno de sentido?

Escríbenos a info@consultorestotales.net